El secesionismo lingüístico valenciano: los peligros y las derivas de un uso partidista de la lingüística[La linguistique dans tous ses états. Actes du Xème Colloque de Linguistique Hispanique (Perpiñán, 14-6 de marzo de 2002). Universidad de Perpiñán-CRILAUP. Pp. 401-9].Franck Martin (Universidad de Saint-Étienne).(Traducido del texto original en francés) Basado en un rechazo sin matices de la “catalanidad” del valenciano, una determinación a romper el vínculo de parentesco entre el valenciano y el catalán, a defender el carácter autóctono de una “lengua valenciana” “independiente”, el secesionismo lingüístico valenciano no ha dudado en el curso de los últimos años, a invadir el terreno de la lingüística dentro de la esperanza de adquirir, si no una cierta hegemonía, sí una apariencia de legitimidad. Esta invasión, en el sentido casi psicoanalítico del término (movilización de la energía pulsional), ha conseguido in situ desacreditar todo tratamiento lingüístico serio de esta cuestión y conlleva un grave peligro tanto para el grado de difusión del catalán en Valencia como para el aprendizaje y utilización de uno de los principales rasgos de la “valencianidad”. Tres ejes nos permiten comprender esta característica y calibrar todo aquello que está en juego. Destinado a la desviación de diversas nociones de lingüística, el primero pone de manifiesto los puntos débiles del discurso secesionista valenciano. Un segundo eje permite descubrir dos de las principales motivaciones de los secesionistas, un antivalencianismo latente pero cierto, y un anticatalanismo exacerbado. En último término, basado sobre algunas incidencias mayores de esta corriente, un último conjunto de reflexiones nos permite aportar algunos elementos de respuesta a una de las principales preocupaciones valencianas del momento: la reciente creación de una entidad específicamente valenciana, la “Academia Valenciana de la Lengua”: ¿puede ser ella la solución a un conflicto difícil, mientras que Barcelona y Mallorca trabajan en un desarrollo coordinado de la lengua catalana? Paralelamente a un enfoque auténticamente revisionista de la Historia valenciana con una reescritura partidista de la Reconquista, una interpretación hagiográfica del Siglo de Oro valenciano, una presentación errónea de la denominación histórica del catalán de Valencia, una lectura falaz del éxito de las Normes de Castelló, o incluso un desvío de la historiografía local, en materia de lingüística, los secesionistas tienen tendencia de entrada a presentar de una manera exagerada las modalidades valencianas de la lengua catalana: «[...] el Valenciano y el catalán tienen tantas diferencias morfológicas, sintácticas y sobre todo fonéticas, aparte de un rico vocabulario propio y diferenciado, que honestamente no pueden ser considerados por los lingüistas como la misma lengua [...]el valenciano y catalán son dos lenguas distintas [...] y por consiguiente es tan absurdo querer unificar el valenciano y el catalán como sería querer unificar el castellano y el francés”.» [1] Evidentemente existen las modalidades lingüísticas del catalán de Valencia. Ellas han sido y continúan siendo objeto de numerosos estudios. Se trata en cualquiera de los casos de regionalismos debidos, esencialmente, a dos procesos de impregnación ligados a la historia de la Comunidad, una “arabización” y una “castellanización” más intensas que en el territorio catalán: «Se consideran como características del valenciano la desinencia –e de la primera persona singular del presente de indicativo de la primera conjugación (jo cante) frente a la desinencia –o, propia de las hablas de Cataluña (jo canto); [...] la conservación de la –r final, la cual cae en el catalán; [...] la distinción de la /v/ i /b/ en la Plana de Castellón y en todas las comarcas valencianohablantes situadas al sur del Júcar [...]”.» [2] De la misma manera que un belga francófono no tiene razones pertinentes para afirmar que se expresa en una lengua independiente a la de sus amigos franceses, un valenciano no puede de la misma manera reivindicar una ausencia de parentesco entre valenciano y catalán. Esto sería el inicio de un caos enorme, que los secesionistas consideran no obstante sin ningún miedo: «[...] el día que [los andaluces o hispanoamericanos] tengan conciencia de hablar una lengua suficientemente distinta a la castellana, ningún lingüista podrá negarlos el derecho a normativizar su lengua y proclamar su independencia y escribir gramáticas y diccionarios propios [...]”.» [3] Para completar esta primera aproximación, diversos secesionistas han dedicado otros trabajos a dos nociones propias de la lingüística, lengua y dialecto. Aunque es una cosa difícil definir cada entidad, una objeción de este tipo no sería suficiente para establecer una partición de la lengua catalana. Entre los ejemplos más significativos figuran los trabajos de José Ángeles Castelló. Recurriendo al criterio de la intercomprensión para disociar lengua y dialecto, este autor multiplica las formulaciones perentorias y privilegia la observación empírica a todo razonamiento: «[...] nada justifica en términos lingüísticos, la consideración del valenciano como dialecto de ningún otro idioma. Es un concepto [...] que no resiste el análisis [...] No es científico, es dogmático [...] Una atención mínima a un programa de televisión catalana propondrá una considerable lista de vocablos y giros desconocidos del oyente valenciano [...] en la medida que el hablante valenciano medio no lo entiende es prueba irrefutable de que es otra lengua [...] gentes que “se entienden a medias” hablan idiomas distintos [...] Y no lo digo yo, lo dice la lingüística [...]» [4] El reciente estudio de Chimo Lanuza Ortuño constituye otro ejemplo. Autor de Valencià ¿Llengua o dialecte? Una aproximació des de la sociollingüistica, este último se refiere a prestigiosos lingüistas. Si la evolución del discurso tiende a hacer creíbles sus propuestas, cada referencia da lugar a interpretaciones predeterminadas. De esta manera, después de citar al lingüista americano William J. Entwistle: «[...] se dice habitualmente de un dialecto que posee un centro geográfico de irradiación, [...] que se encuentra asociado a una clase de organización social, [y] que se sitúa en una relación de dependencia evidente respecto al centro lingüístico» [5] obtiene conclusiones con ayuda de un procedimiento muy usado por los secesionistas, la introducción de una formulación genérica que permite substituir el razonamiento por la argumentación: «Es fácilmente observable la realidad de esta definición: es completamente imposible aplicarla al valenciano [...] para poder decir que el valenciano es dialecto del catalán, sería necesaria la existencia en Cataluña de un centro lingüístico de fuerte influencia sobre las zonas dialectales. Pero no es éste el caso: ni Barcelona ni ninguna otra ciudad catalana rige cultural ni lingüísticamente a Valencia» [6] Pero lo más condenable de esto debe situarse en otro nivel. Chimo Lanuza Ortuño se guarda de precisar que Entwistle ha titulado su obra Las Lenguas de España: Catalán, Vasco y Gallego-Portugués, sin citar el valenciano y aún menos la “lengua valenciana”. Omite igualmente evocar el mapa lingüístico en que el lingüista americano nos presenta Cataluña y la parte “valencianófona” dentro de un solo y mismo conjunto llamado “catalán”. Él olvida, en definitiva, esta conclusión rotunda de Entwistle: «[el] catalán es hablado aún en el Rosellón [...] y ocupa toda Cataluña y las islas Baleares, la costa valenciana y la ciudad de Alghero, en Cerdeña [...]». [7] Refiriéndose a una parte solamente de los trabajos de Entwistle, sacando las citas que hace de estos trabajos de su contexto inicial, y ocultando una de las argumentaciones de la obra, Chimo Lanuza Ortuño presenta así a Entwistle como un posible defensor del secesionismo, mientras que sus trabajos están redactados con un espíritu bien contrario. En este sentido, el secesionismo valenciano no sería considerado exactamente sino como un ejercicio de retórica lleno de una gran parcialidad. Corresponde a un revisionismo cultural, motivado sin duda por un rechazo incondicional al término dialecto (comúnmente investido de una carga peyorativa), pero también por dos otros conjuntos que ciertamente sobrepasan el estricto cuadro de la lingüística. Bajo cubierta de un valencianismo progresista, diversos secesionistas están animados por un antivalencianismo latente, pero claramente perceptible, una oposición feroz a la expresión de ciertos rasgos diferenciales valencianos, en el primer rango de los cuales figura la propia lengua regional. El reconocimiento de una lengua “independiente” se concibe dentro del propósito de reducir el valenciano a una cosa anecdótica, de marginalizarlo, de folklorizarlo. El habitus lingüístico mayoritario de los secesionistas es, en este sentido, significativo. Muchos escriben en castellano antes que en valenciano y algunos confiesan, en privado, eso sí, no dominar ni incluso querer aprender la lengua regional que ellos pretenden no obstante defender cotidianamente. Son también numerosos los que relegan el valenciano a un segundo rango, como por ejemplo Eliseo Palomares que escribía no hace demasiado respecto al tema de las célebres “Fallas”, y también respecto a la toponimia local dentro de ellas: «Lo que pretendemos destacar es el hecho de que cada año se vean menos carteles explicativos del significado de la falla en castellano [...]. Hoy, las fallas no sólo son una fiesta local sino nacional y hasta internacional, y es lamentable que por un patriotismo mal entendido hagamos incomprensible para muchos esos monumentos originalísimos de arquitectura [...] También pecan de infantilismo político los que tienen la manía de cambiar el nombre de pueblos y calles por sus equivalentes aborígenes». [8] Podemos citar, en fin, otro ejemplo, en 1982, los autores de una campaña informativa utilizaron la célebre “paella” valenciana para prevenir a la población tentada de cocinar este plato al aire libre contra los riesgos de incendio. Con toda ingenuidad, los publicitarios habían insertado dentro de su anuncio dos eslóganes: «Ciertas paellas matan/La paella es el plato más caro del verano». [9] Considerando este texto como un atentado a la identidad valenciana, los secesionistas solicitaron su prohibición, haciendo especial hincapié en usar en su argumentación el término “autóctono”, tomado así para afirmar una independencia del valenciano: «Menosprecia gravemente el patrimonio cultural autóctono valenciano». [10] Argumentando sobre la protección de un patrimonio cultural, los secesionistas pretenden así favorecer una “autoctonización” de ciertos rasgos diferenciales, de entre los cuales tenemos la lengua regional. Ellos aspiran, a menudo secretamente, a relegar esta parte tangible de la “valencianidad” a una cultura de bajo nivel, aborigen y exótica, dentro del proceso descrito por Robert Lafont en el caso del occitano en 1967: «En la côte d’Azur, la multiplicación de nombres provenzales de pueblos [...], las representaciones folklóricas, acompañan [...] la ruina de la lengua autóctona [...] Es éste el proceso más grave: la indigenización de las poblaciones [...] Desculturación y exotismo son siempre sinónimos». [11] El secesionismo puede ser así presentado como más insidioso que toda política discriminatoria. De entrada es más aceptable que la censura, pero no regatea esfuerzos en poner un término, un freno, al proceso de normalización. Otro conjunto de motivaciones es un anticatalanismo exacerbado hacia dos grupos idénticamente estigmatizados: los catalanes, catalanistas o no, y los valencianos partidarios de la unidad lingüística. Buscando sus raíces en la historia común y diferenciada de los dos territorios vecinos, este anticatalanismo tomó cuerpo en el momento clave de la expresión del valencianismo, la publicación de Nosaltres els Valencians de Joan Fuster en 1962. Si, después de venticinco años de franquismo, este estudio puso de relieve la adscripción de la población a un conjunto singular, dotado de una lengua en perdición, la afección de Fuster por los “Países Catalanes” dio a este anticatalanismo la ocasión de expresarse con virulencia. Así, el 1962, Diego Sevilla Andrés escribió en respuesta a la publicación de Joan Fuster: «[...] la personalidad valenciana [...] requiere un tratamiento algo más delicado que el de los nuevos nazis [...] que hablan de Países Catalanes». [12] Nutrido por un movimiento específicamente valenciano, el “blaverismo”, en referencia a la franja de color azul del emblema oficial de la Comunidad (la “Senyera”), este anticatalanismo se expresó pronto en todo su horror. Aprovechándose de las incertidumbres políticas del período preautonomista, los “blaveros” procedieron a una instrumentalización del valenciano, una desviación destinada a servir a una ideología de extrema derecha: «[...] el anticatalanismo juega el papel de columna vertebral [...] por primera vez [se convierte en] el eje vertebrador de un movimiento sociopolítico fascista [...] La singularidad del discurso fascista valenciano radica en el hecho de que su víctima preferencial es un sujeto endógeno, son los catalanistas». [13] Desde entonces nació una auténtica fobia, que combinaba miedo y menosprecio a encontrar toda expresión unitaria. Mientras que los catalanes fueron considerados como invasores, la clase universitaria local fue asimilada a una quinta columna, un caballo de Troya dirigido desde Barcelona para mejor asegurar una nueva “re-Reconquista” del territorio y aniquilar toda expresión de la “valencianidad”. Fueron impedidas diversas manifestaciones culturales, muchas librerías fueron saqueadas, y ciertos intelectuales fueron incomodados y al final agredidos, bajo la excusa que defendían la unidad. Para intentar parar estas prácticas, los universitarios publicaron diversos trabajos que alertaban a la opinión pública sobre los peligros de una partición: «Una segregación idiomática no beneficiaría a nadie y sobre todo perjudicaría los más débiles». [14] Pero esto fue sin contar con la determinación de la extrema derecha valenciana. Gracias al apoyo de algunos órganos de prensa poco escrupulosos, de entre los cuales destaca el diario Las Provincias, ésta ha sabido sacar provecho de este tema de la lengua, querido por todo pueblo, para tratar de engañar a numerosos valencianos y asegurar una cierta perennidad del conflicto. De esta manera, diversos ideólogos continúan teorizando sobre la idiosincrasia valenciana, los fundamentos y la inmanencia de la “valencianidad”, y recurren a la noción de la “raciología valenciana” o “levantina” para afirmar mejor la existencia de una distinción “fisiológica” entre valencianos y catalanes. Diversas manifestaciones con eslóganes evocadores (¡Todos contra Cataluña!, ¡Todos contra Cacaluña!) continúan igualmente siendo organizadas para defender el carácter autóctono de una lengua “independiente”, o pedir el cierre del canal televisivo catalán TV3, considerado por algunas mentalidades tristes como “extranjero” e “incomprensible”. En definitiva, además de la profanación de la tumba de Joan Fuster en 1997, de acuerdo a uno de los grandes mitos “autoctonistas” según el cual la población sería heredera de una “sangre árabe” antes que de una “sangre catalana”, aún se puede oir “antes moros que catalanes”, mientras que, en las bibliotecas, aún se continúan deteriorando salvajemente obras que presentan el valenciano como una variante del catalán, o que asocian Ausiàs Marc a la literatura catalana. Principal motivo del secesionismo, el anticatalanismo valenciano ha conservado así toda su virulencia. Si bien es cierto que no puede exagerarse, tampoco puede ser ignorado, ya que revela el sentido y la naturaleza del conflicto lingüístico valenciano. Sobre todo, reclama una atención inmediata, pues su incidencia es grande, tanto sobre el plano lingüístico como sobre el plano identitario. En el plano lingüístico, la autonomización del territorio en 1982 y el desarrollo de un arsenal legislativo han dinamizado indiscutiblemente el progreso del valenciano. La población ha sabido movilizarse para llegar, no a una normalización lingüística completa ciertamente, pero sí a una mejora de sus competencias, a un uso creciente del valenciano en diversos contextos de comunicación y, haciendo esto, a una aprehensión sin una depreciación excesiva. No obstante, subsisten algunos límites, directamente ligados a la presión de los secesionistas y a diversas batallas que estos últimos han conseguido conducir a su favor (además de la de la simbología). El Estatuto de Autonomía de 1982 es un primer ejemplo. Mientras que su homólogo balear hace expresa referencia al catalán (“La lengua catalana, propia de las Islas Baleares, tendrá, junto al castellano, el carácter de lengua oficial”), el texto valenciano se contenta con un imprecisa y nebulosa definición que, gracias al término “idioma”, no excluye la posibilidad de considerar el valenciano como lengua “independiente” (“Los dos idiomas oficiales de la Comunidad Valenciana son el valenciano y el castellano”). Más adelante, mientras que el Estatuto catalán contempla un desarrollo extraautonómico, el texto valenciano excluye toda relación con la cultura y la lengua de otras partes de la península, mediante una formulación igualmente imprecisa, que mezcla los términos “País Valenciano” y “Reino de Valencia” en su preámbulo: «Aprobada la Constitución española, es, en su marco, donde la tradición valenciana proveniente del histórico Reino de Valencia se encuentra con la concepción moderna del País Valenciano, dando origen a la autonomía valenciana como integradora de las dos corrientes de opinión que enmarcan lo valenciano en el estricto marco geográfico que comprende». [15] Otro ejemplo lo podemos encontrar en la Ley de Uso y Enseñanza del Valenciano (LUEV) de 1983, piedra angular de la política lingüística local. Influenciada por los secesionistas, una parte de la clase política ha presionado de nuevo para excluir toda referencia a la lengua catalana, prefiriendo usar fórmulas equívocas (“lengua histórica y propia de nuestro pueblo”, “nuestro signo de identidad más singular”), e incluso la denominación “lengua valenciana”, protestada por los universitarios (“La lengua valenciana es una parte substancial del patrimonio cultural de toda nuestra sociedad”). Sobre todo, contrariamente a su ley homóloga catalana, que hace referencia a una “comunidad lingüística” y que contempla un intercambio en catalán de toda documentación pública (“Formada en su territorio y compartida con otros territorios, con los cuales forma una comunidad lingüística que ha aportado a lo largo de los siglos una preciosa contribución a la cultura, la lengua catalana.../Los mandatarios públicos deberán expedir en castellano las copias que tendrán efecto fuera de los territorios que tienen la lengua catalana por lengua oficial”), el legislador valenciano se contenta con mencionar: «[...] serán redactadas en castellano las copias o los certificados de los documentos que deberán tener efecto fuera del territorio de la Comunidad Valenciana». [16] Dentro de este marco, se comprende que la “(re)valencianización” del territorio no se haya podido beneficiar del impulso necesario a una auténtica normalización. En vez de sacar provecho de manera conjunta de las medidas eficientes desarrolladas en Cataluña y las Islas Baleares, en los textos y en consecuencia en la práctica, el catalán de Valencia fue víctima de una política, no exactamente timorata, sino aislacionista, un auténtico repliegue contrario a todo progreso cuantitativo razonado. En el plano identitario, las incidencias fueron y continúan siendo demasiado pesadas. La primera es una extrema confusión, un problema identitario mayor. Mientras que al final de cuarenta años de franquismo, la población podía pretender una aprehensión más justa de sus rasgos diferenciales, ella fue insertada en un auténtico caos, un desorden sin nombre que hacía difícil toda aproximación a la “valencianidad”. Para intentar descubrirse a sí mismos, algunos valencianos han comenzado a estudiar lo que ellos pensaban o deseaban que fuera su “valencianidad”, tirando mano si ha sido preciso del pasado en vez de interrogarse sobre su futuro. No obstante, ellos se toparon y se topan cotidianamente con diversas obras que teorizan de manera errónea sobre sus referentes identitarios, a menudo en un catalán “contranormativizado”, una lengua de laboratorio que responde a unas reglas ortográficas contrarias a toda codificación académica rigurosa. Otra incidencia notoria es la emergencia y la consolidación de un ostracismo frente al encuentro de toda expresión de la “catalanidad”. Conducida en nombre de un valencianismo a veces denominado “puro”, la defensa de una “lengua valenciana independiente” se ha basado en una ideología racista y xenófoba que corroe continuamente las relaciones catalano-valencianas. Los secesionistas han recorrido y recurren continuamente a la lingüística para servir a una causa contraria a la más bella y generosa función de toda lengua, el entendimiento entre los individuos. Otra incidencia afecta, en fin, al posicionamiento del valenciano en el espacio identitario local. Nutridas por los secesionistas, las tensiones de estos últimos años se han concretado de tal manera en la lengua regional que ésta se ha convertido en un elemento clave en el reconocimiento y la afirmación de la identidad valenciana. Dominado o no, el valenciano se ha convertido en el verbo “ser” de la “valencianidad”, en su elemento de objetivación más explícito. Aunque esto es favorable en principio a su impulso, esta constatación deja entrever una incidencia más criticable, una tendencia a considerar dos grados de “valencianidad” y en consecuencia dos grados de valencianos: unos valencianos auténticamente valencianos, ya que son “valencianófonos”, y unos valencianos de segunda clase, ya que son “no-valencianófonos”. Es esto una característica singular de la historia local: mientras que la práctica del castellano se mantiene preeminente, la lengua que sirve de vector de identidad es la más débilmente difundida. Pero es esto una consecuencia del conflicto: si el valenciano se ha convertido en elemento preeminente dentro de la enunciación de la “valencianidad”, ¿puede servir de rasgo principal de una “valencianidad” auténtica (una “plusvalencianidad”)? Como cada conjunto es idénticamente depositario de los rasgos diferenciales valencianos, teniendo presente la configuración sociolingüística del territorio después de la Reconquista, considerar el valenciano como un elemento diacrítico de tan gran importancia, ¿no implica el riesgo de compartimentar la población, de engendrar nuevas discriminaciones? Adoptados en 1998, el “Pacto Lingüístico” y la “Ley de Creación de la Academia Valenciana de la Lengua” han dejado entrever una resolución posible del conflicto, partiendo de la base del reconocimiento creciente de las especificidades valencianas sin sistematización de su “catalanidad”. El mismo “Pacto Lingüístico” nos indica, por otra parte, una toma de consciencia de los efectos funestos de les querellas “valenciano-valencianas”. No obstante, la situación actual continúa preocupante. Si los valencianos han llegado a nombrar al fin a sus primeros académicos, esta nominación ha necesitado más de tres años, durante los cuales el catalán de Valencia no ha sido objeto de ninguna rehabilitación significativa, mientras que, aprovechando la explosión de nuevas tecnologías, los secesionistas no han cesado de difundir sus obras “contranormativizadas”. Sobre todo, institucionalizar una Academia estrictamente valenciana, mientras que Barcelona y Mallorca permanecen bajo la tutela del Instituto de Estudios Catalanes [Institut d’Estudis Catalans (IEC)], plantea numerosos interrogantes: semejante empresa, ¿no comporta el riesgo de dotar el secesionismo de una cierta legitimidad, de perpetuar la política aislacionista de Valencia y, a largo plazo, de conducir al agotamiento al catalán de Valencia? Debido a la ausencia a toda referencia a la unidad de la lengua dentro del “Pacto”, aunque se denominó AVL en lugar de ALV, ¿esta nueva institución no implica el riesgo de conducir a una partición lenta pero irrevocable de la lengua catalana? Ya que si los trabajos de la AVL no desobstruyen esta realidad, no oficializan poco a poco una codificación propia al territorio valenciano, ¿cuál sería su razón de ser? De toda manera, lejos de la unanimidad de los lingüistas, el valenciano se ha convertido en una apuesta política portadora de dos concepciones identitarias: la edificación de una autoctonía valenciana susceptible de prorrogar la diglosia, o una emancipación pancatalanista que puede favorecer la normalización. Defender la “catalanidad” del valenciano es una manera de orientar la Comunidad hacia Cataluña en el plano lingüístico, pero también cultural, económico, incluso político, de inscribir Valencia en un espacio más vasto, el de los “Países Catalanes”. De manera inversa, postular la independencia de una “lengua valenciana” corresponde a una afirmación de una identidad singular, una objeción a todo entendimiento con Cataluña. ¿Cuál de las dos tendencias triunfará? Si ciertos temores respecto a la posible existencia de estos “Países Catalanes” podrían estar justificados, si es exacto que algunos discursos emitidos desde Cataluña manifiestan un cierto apetito catalán que abraza rápidamente la frontera de las dos autonomías vecinas, mediante una política razonable, ¿no tendría Valencia la posibilidad de inscribirse y afirmarse dentro de un espacio “catalanófono” sin asistir a una disipación de sus rasgos diferenciales? Si es bien cierto que la Comunidad Valenciana, Cataluña y las Islas Baleares comparten las tres una misma lengua, rica en cada sitio en numerosos particularismos, ¿es ilusorio considerar el funcionamiento de estos “Países Catalanes” dentro del respeto de una identidad específicamente valenciana, y balear? Más allá de la acción intrínseca de la AVL, dentro de los meses que vienen, el futuro del valenciano depende, más que nunca, de la respuesta a estos interrogantes. 2002 © Franck Martin. Este material está protegido explícitamente contra cualquier uso, copia y redistribución. Para la presente reproducción se cuenta con el permiso expreso del autor.
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